El poder de la palabra: Palabras del ciudadano
El ciudadano, ese ser miembro del estado portador de derechos civiles y
políticos que los comparte en la sociedad donde vive, sometido a las leyes y
beneficiado por el mismo estado. Y la palabra, ese todo inquebrantable, capaz
de modificar mundos dentro de mentes humanas con tan solo entrar por el
oído.
Tanto la palabra como el ciudadano, pueden ser fuentes positivas. Lo que el
cuidadano es en sus buenas acciones para el lugar donde está, la palabra lo es
para calar corazones transformándolos en el mismo bien. Pero como todas las
cosas de este mundo… Imperfectas, pues la perfección es algo inexistente, hay
que ver el lado oculto de las cosas. ¿Qué pasa cuando las palabras del
ciudadano a veces no están siendo escuchadas, son oprimidas y
estranguladas?
Por desgracia, nuestros gobernantes en épocas atrás crearon un sistema tan
estable donde el ciudadano más que un ser consciente de sus derechos es un
escucha de los actos y las palabras dichas por sus autoridades, al que se le
provoca miedo a reclamar sus derechos y se le impone aceptar
obedientemente los antojos de la autoridad, pero ya no más. Para salvación
nuestra, la sociedad no es la misma de aquellas épocas, ahora cada persona
parte de ella quiere ser escuchada y tener voz formando parte de las
decisiones.
Las palabras del ciudadano son tan cruciales que el opacar sus reclamos daría
una vuelta de 360 grados en retroceso, mientras que tomando sus aspiraciones
en cuenta lograríamos un desarrollo estable, pues como lo asegura Marisol
Vioens Bello “un país cuyas decisiones son producto del capricho de cada
autoridad y que cada cierto tiempo deba emplear recursos y tiempo en
enmendar errores o quitar los fallidos pasos de anteriores autoridades, y que
deba cargar con el insoportable peso que significan los ilegítimos, ilegales y
abusivos beneficios que sin sanción se han ido asegurando sus autoridades,
necesariamente es un país enfermo”.
Y es que los ciudadanos debemos entender que los funcionarios no son más
que nuestros mandatarios, que las leyes son para ser cumplidas y la justicia
para sancionar a quienes las incumplen, y que solo así lograremos cerrar la
brecha que se ha creado y generar las transformaciones necesarias, eligiendo
mejores autoridades y rompiendo con el círculo vicioso de la corrupción.
Shaddai Eves
El ciudadano, ese ser miembro del estado portador de derechos civiles y
políticos que los comparte en la sociedad donde vive, sometido a las leyes y
beneficiado por el mismo estado. Y la palabra, ese todo inquebrantable, capaz
de modificar mundos dentro de mentes humanas con tan solo entrar por el
oído.
Tanto la palabra como el ciudadano, pueden ser fuentes positivas. Lo que el
cuidadano es en sus buenas acciones para el lugar donde está, la palabra lo es
para calar corazones transformándolos en el mismo bien. Pero como todas las
cosas de este mundo… Imperfectas, pues la perfección es algo inexistente, hay
que ver el lado oculto de las cosas. ¿Qué pasa cuando las palabras del
ciudadano a veces no están siendo escuchadas, son oprimidas y
estranguladas?
Por desgracia, nuestros gobernantes en épocas atrás crearon un sistema tan
estable donde el ciudadano más que un ser consciente de sus derechos es un
escucha de los actos y las palabras dichas por sus autoridades, al que se le
provoca miedo a reclamar sus derechos y se le impone aceptar
obedientemente los antojos de la autoridad, pero ya no más. Para salvación
nuestra, la sociedad no es la misma de aquellas épocas, ahora cada persona
parte de ella quiere ser escuchada y tener voz formando parte de las
decisiones.
Las palabras del ciudadano son tan cruciales que el opacar sus reclamos daría
una vuelta de 360 grados en retroceso, mientras que tomando sus aspiraciones
en cuenta lograríamos un desarrollo estable, pues como lo asegura Marisol
Vioens Bello “un país cuyas decisiones son producto del capricho de cada
autoridad y que cada cierto tiempo deba emplear recursos y tiempo en
enmendar errores o quitar los fallidos pasos de anteriores autoridades, y que
deba cargar con el insoportable peso que significan los ilegítimos, ilegales y
abusivos beneficios que sin sanción se han ido asegurando sus autoridades,
necesariamente es un país enfermo”.
Y es que los ciudadanos debemos entender que los funcionarios no son más
que nuestros mandatarios, que las leyes son para ser cumplidas y la justicia
para sancionar a quienes las incumplen, y que solo así lograremos cerrar la
brecha que se ha creado y generar las transformaciones necesarias, eligiendo
mejores autoridades y rompiendo con el círculo vicioso de la corrupción.
Shaddai Eves
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